Camino a la extinción y qué hacer al respecto

Miguel Rodríguez (exalumno del IES Manuela Azaña)

    En el último año hemos oído hablar mucho de cambio climático. Desde finales de 2018 ha habido infinidad de protestas y manifestaciones a nivel mundial. ¿Por qué?

    El IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático), una organización internacional de la ONU formada por expertos en ciencia climática, publicó en 2018 un informe. Los datos expuestos desvelaban un futuro incierto, advirtiendo de que un aumento por encima de 1,5ºC respecto a la era preindustrial sería catastrófico y pondría en entredicho la vida de millones de especies y el futuro de la propia humanidad. 

    Desde entonces, los medios de comunicación han empezado a hablar de “crisis” y “emergencia climática”. El gobierno de España y otros países han declarado la Emergencia Climática, incluso la Unión Europa ha manifestado su inquietud.

    Pero reconocer que estamos en una emergencia planetaria, una crisis global de una escala inimaginable, ¿no debería hacernos actuar drásticamente para salvar el barco en el que navegamos todos?

    Vivimos en un mundo adicto a los combustibles fósiles (el 90% de nuestra energía viene de ellos, mientras que de renovables sólo el 5%) y que cada año demanda más energía; el cambio necesario parece imposible. Parece claro: un sistema económico basado en el crecimiento infinito en un planeta finito está abocado al fracaso.

    Pese a todo esto, existen unos objetivos de reducción de emisiones a cero neto para 2050 (como propone el gobierno de España, el Pacto Verde Europeo y Naciones Unidas). Sin embargo, no sería suficiente para quedarnos por debajo del 1,5ºC. No parece un buen objetivo, cuando se trata de salvaguardar el futuro de las generaciones futuras y de todo el conjunto de la vida en la Tierra, ¿no?

    Reducir las emisiones a cero neto implicaría reducir y transformar nuestra forma de obtener energía, de desplazarnos, de comer, de usar el agua, de vestirnos, de consumir… Necesitaríamos otro modo de vida, otro sistema socioeconómico. Además, el cambio debe ser global. Difícil, ¿verdad? Pero no imposible.

    Aunque en el último año las emisiones han aumentado, la sociedad empieza a hacerse consciente del problema. Numerosos movimientos sociales, impulsados por la juventud en su mayoría, han empezado a demandar acción frente a la crisis, al tiempo que empiezan a dibujar soluciones y escenarios futuros. 

    A finales de 2018 nació Extinction Rebellion (ER), como reacción de emergencia ante el fracaso de las herramientas convencionales de la militancia verde internacional (campañas de opinión, recogida de firmas, donaciones, marchas), y apostó por la desobediencia pacífica masiva como palanca de cambio. ER fue creado por un grupo de ciudadanos de a pie, inspirados por científicos, con un objetivo sencillo: movilizar pacíficamente a un 3,5 % de la ciudadanía. Se distingue con su radical postura de movimiento inclusivo y abierto, impulsado desde la sociedad civil por ingenieros, médicos, parados, jubilados, estudiantes, científicos, periodistas... 

    Hoy por hoy, se ha convertido en un movimiento masivo de desobediencia civil pacífica que cuenta con 800 grupos repartidos en 70 países. Durante su primer año de existencia reclamó tres demandas a los gobiernos:

  • Verdad sobre la crisis, con el fin de educar y concienciar a la sociedad.

  • Acción para empezar a frenar los efectos más devastadores.

  • Y una mejora del sistema democrático, con la creación de una asamblea ciudadana, para decidir entre toda la sociedad cómo hacer frente a una amenaza de la que nadie puede escapar. 

    Ya se han creado estos mecanismos en Francia y Reino Unido, mientras que en España han anunciado la creación de una plataforma operativa. Al mismo tiempo, en Estados Unidos, Sunrise Movement está presionando por el “Green New Deal” con bastante éxito. Parece que la esperanza empieza a abrirse camino, las emisiones se están estancando y algunas medidas empiezan a implementarse. Pero no es suficiente, aún no.

    La crisis climática es una amenaza existencial que necesita a todo el mundo. Ciudadanos presionando a políticos, políticos actuando, empresas transformando su modelo de negocio; se precisan iniciativas a escala global, continental, local. De toda clase. 

    Es nuestra responsabilidad, como humanidad, hacerle frente codo con codo al calentamiento global. Merece la pena combatirlo, porque no hay plan B ni planeta B.



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